Oteiza in memoriam

En recuerdo de Bittor Álvarez de Eulate

 

Por Iñaki Zapirain Iturraran

 

1. Introducción

Cuando nos vemos inmersos en un encuentro terapéutico podemos observar, de entrada, a un terapeuta que conserva en su “mochila” personal una serie de experiencias, una determinada maduración, el conocimiento de una serie de técnicas, la interiorización de toda una metodología de trabajo de inmersión en dirección hacia el incremento de la conciencia. Conciencia que ilumina, que impacta y que en su plenitud conserva per se un potencial de cambio. Asimismo, podemos observar en la mencionada mochila algún que otro mapa que orienta, aproximándonos a ciertos vislumbres de la geografía existencial de ese mundo de otros que nos ayuda a comprender que ciertas experiencias resultan universales (más allá de las vicisitudes y sensibilidades personales y específicas).

 

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Desocupación de sólidos. Poliedros con módulos de luz (Jorge Oteiza)

 

Al otro lado del espacio visual nos topamos con ese otro, esa persona que siente que en su vida vienen anidando una serie de grietas y conserva en su interior un ser doliente repleto de capas rellenas de diversos materiales que han ido revistiendo sus corazas.

Desde el inicio emerge en el espacio terapéutico matriz una poderosa presencia de dos esculturas dinámicas talladas por el tiempo, por los misteriosos avatares de la existencia, ocupados y desocupados de emociones, anhelos, deseos y ansiedades profundas.

Una noche me vi impactado por un sueño que para mí resultó especial y que me aportó un material psicológico y emocional valioso. Aparecía una figura escultórica (con conexiones de figuras astronómicas) que tenía claros paralelismos con una obra de un gran escultor vasco: Jorge Oteiza. En mi sueño me doy cuenta del impacto de unas formas curvas que entrelazadas diseñan una esfera mostrando asimismo el espacio vacío, lo cual va creando en mí una poderosa sensación de apertura energética acompañada de una intensa conexión (tanto con mis sensaciones internas como con la inmensidad del espacio externo). Es como si al visionar las formas de la esfera y su vacío sintiera que se me amplifica la percepción.

Oteiza, considerado como uno de los escultores y teóricos experimentales del arte más importantes de la segunda mitad del siglo XX (1), utilizó una serie de elementos plásticos en su idea de la hipótesis dinámica partiendo del “cuboide Malevitch” (combinando elementos estáticos y dinámicos), transitando por las maclas (término desarrollado de la mineralogía) mediante las que plasma el dinamismo de dos volúmenes, dos fuerzas opuestas que tienden a unirse. La tensión dinámica que se genera contribuye a dinamizar el espacio convirtiéndolo en un elemento plástico maleable. Todo ello hasta llegar a la desocupación espacial y al vacío metafísico (2).

El espacio matriz terapéutico como encuentro dialogal (M. Buber) también está repleto de tensiones, simetrías, aristas, encuentros y desencuentros. ¿Qué es la materia sino presión, espacio y tiempo? Ese espacio se torna en una estructura, en un mandala en el que intervienen dos protagonistas en crecimiento madurativo, en un vínculo que deviene en un existencialismo dialogal (3).

En la base del encuentro dialogal se encuentran los dos modos interactivos: el yo –tú, el terapeuta- paciente. Un encuentro en un espacio que se ocupa y se desocupa. Se ocupa en la presencia, en la expresión de todo el material sedimentado y se desocupa en el proceso de disolución de las diversas capas, de roles, compulsiones y aquellos planos relacionados con la coraza personal.

“La motivación permanente de Oteiza fue la espacialidad y la creación del espacio desocupado, espacio vacío […] En una ocasión para explicar el concepto del espacio desocupado en su escultura vacía escenificó el siguiente hecho. Colocó un encendedor sobre la mesa y mirando el objeto lo señaló reclamando toda nuestra atención. Rápidamente y de un manotazo arrebató el encendedor de su lugar, al tiempo que afirmaba: ¡Mirad el espacio que deja! Lo que Oteiza nos descubría era la realidad de un espacio que se muestra, un espacio desocupado que al mismo tiempo es un espacio existencial”. (4)

 

 

2. Dinámica de “vaciado” o inmersión hacia el ser

Podemos establecer un paralelismo entre la desocupación del espacio de Oteiza y la filosofía esencial de la gestalt que entre otros pilares reside en el encuentro con el vacío genuino, abierto, repleto de autenticidad.

Perls habla de cinco capas en el proceso de desandar la neurosis y recuperar una existencia más rica y saludable. Atravesar cada capa supone una disolución progresiva de la neurosis, desde sus aspectos más periféricos hasta los más nucleares (estereotipos, roles, acercamiento al vacío interior, fases de impasse, procesos de implosión y fenómenos de explosión o revitalización).

El proceso fenomenológico en el que se inserta la interacción dialogal hacia el impacto revelador del darse cuenta, es probablemente el puente esencial de la terapia gestalt.

Oteiza al igual que Perls induce, provoca, lima con el cincel de la frustración, el apoyo, la confrontación… un cauce de “vaciado” que instaura una “sinfonía otoñal” donde van cayendo los férreos clichés de cómo uno es o debería ser, hojas que caen del Árbol de la vida con inscripciones de juegos psicológicos, actitudes cronificadas. Es ahí cuando uno se topa con el desconcierto, con el desierto, con el túnel oscuro (la noche oscura del alma) que en definitiva deviene en un “domesticado de la soledad” y un descenso para ascender.

Según Manterola, Oteiza quiere conquistar ese vacio sin fronteras que le resulta imposible eludir y convertirlo en su aliado (como Odiseo en la infatigable búsqueda de su patria). A tal objeto lo reclama, se identifica con él, lo convierte en su ángel (5).

Podemos señalar por tanto que en la relación terapéutica se fraguan, se cuecen en el “vas hermeticum” del espacio terapéutico alquímico los procesos de desinvestimiento o la quema de los ropajes que ya no sirven. Este recorrido implica quedarnos en el vacío temido y anhelado desde donde puede irrumpir una energía creativa renovadora (sí mismo, pulsión de individuación, proceso de autorrealización…).

 

3. Dinámica existencial pendular

(Viaje hacia el sí mismo, la individuación y la diferencia)

Resituándonos en lo señalado inicialmente podemos constatar la existencia entre paciente y terapeuta de una dinámica energética dual, dialogal, pendular en la que las emociones, los sentimientos, las aperturas, los cierres, las expectativas están latentes y manifiestos.

En el espacio terapéutico pueden plasmarse todo un espectro de posibilidades en el que residen dos manifestaciones polares: un encuentro “monologuista” de dos seres aislados en funciones estrictas, tecnicistas, verticales, rígidas o un encuentro simbiótico o confluyente en el que las expectativas del cliente se engarzan con las del terapeuta.

Oralidad, narcisismo, dependencia pueden ser aspectos que debilitan el potencial del encuentro de dos seres que sienten desde su diferencia (acentuando la autonomía y la separatividad) que son, existen, gritan, celebran, se duelen y van propiciando un crecimiento mutuo cada cual desde su ángulo, su función y, por tanto, su contexto.

Como señala Gary Yontef “la relación terapéutica es un proceso y se construye sobre el proceso de contactar” (6) cualesquiera formas que adquiera. Además este autor señala una serie de características del contacto en la relación dialogal yo-tú de la terapia gestáltica, de las que quisiera resaltar tres de ellas:

La primera sería la inclusión, la aceptación de la relación diferenciada yo-tú (más allá del yo- ello o visión narcisística que mira al otro como prolongación, apéndice, complemento). El terapeuta permite la experiencia fenomenológica del paciente.

Es probablemente un aprendizaje de la escucha, la mirada en el respeto del mundo interno y externo del paciente. Ello requiere el “apojé” fenomenológico Husserliano que implica una capacitación para dejar en suspensión los propios preconceptos acerca de las sesiones o de las irrupciones verbales, emocionales, ideacionales o somáticas del paciente.

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Hombre con sombrero y paloma (René Magritte)

Recuerdo una época en la que después de despedir en sesión a un ejecutivo bien trajeado, disciplinado y perfeccionista recibía a un músico de rock duro repleto de tatuajes y pearcings. Mi organismo realizaba volteretas y piruetas mentales, conceptuales, de sintonización emocional y existencial para “incluir” las vivencias y los modos vitales y existenciales antagónicos de estas dos personas.

La segunda característica sería la presencia. Aquí, el terapeuta muestra su verdadero sí-mismo. Claudio Naranjo, Memo Borja,…han venido señalando, enfatizando y mostrando la Gestalt como terapia de autenticidad, incidiendo en la actitud gestáltica como eje fundamental del devenir terapéutico. Es por ello que en la experiencia interactiva dialogal la honestidad y la fidelidad hacia las propias percepciones e intuiciones resulta esencial, ahondando así en una más plena escucha terapéutica.

En la mencionada presencia se cuecen múltiples sensaciones, tensiones, imágenes, comprensiones, sentimientos, confusiones, enfados, dudas, vivencias de profundo interés o aburrimiento, entre otras múltiples vivencias que configuran una red, un puzzle multidimensional que plasma la escultura propia del terapeuta en su nivel de presencia.

Para que esta dinámica polar de inclusión y presencia tome cuerpo, resulta esencial la visión, la interiorización, la vivencia básica de la diferencia (o el respeto al hecho diferencial). Sin esta vivencia no se podrían construir los pilares de la individuación o la posibilidad de generar un clima de confianza en el proceso de autorregulación. De ese modo, ese ser herido deviene en un organismo que va construyendo desde el empuje del sí-mismo, desde el respeto de su propio ritmo pulsátil, un cauce hacia su propia autorregulación, tejiendo puentes mediante la sintonización con la presencia del terapeuta y pudiendo conectar, en definitiva, con sus propias prioridades existenciales y sus necesidades básicas.

La tercera característica sería la del compromiso. Un compromiso con los procesos en curso, con lo emergente, con lo que irrumpe en el espacio matriz diferenciado en el encuentro existencial yo-tú.

Recordando la mirada de Oteiza su perspectiva ofrece una realidad de espacio abierto que se muestra.

Hay momentos en las secuencias de las sesiones para la ideación, la comprensión intelectual, momentos para la emoción, momentos para la expresión motriz, corporal… y momentos para la “rendición” ante lo emergente, ante el impacto de las figuras que brotan en el espacio terapéutico dialogal.

Creo evidentemente que un punto esencial para este compromiso y la escucha profunda resulta la receptividad (incluyendo apertura). El espacio desocupado según Oteiza, “que para él simboliza el punto cero de la expresión escultórica. Espacio vacío que deviene espiritualmente receptivo…” (7).

La receptividad y la apertura resultan imprescindibles para el objetivo esencial de la psicoterapia gestalt, o sea el darse cuenta, la conciencia que impacta, que duele, alegra, disuelve.

 

4. Dinámica de la conciencia

Más allá de las técnicas o ejercicios propuestos por el terapeuta, resulta esencial la interrelación que crea atmósferas, la interacción que esculpe figuras de introvisión donde reside el “¡ajá!” y el darse cuenta. A veces para recordar, retomar o afianzar mi fe en el darse cuenta, visualizo una vela en el espacio que a la vez que ilumina derrite y abre, dejando espacio.

Para que las esculturas “desocupadas” sean visibles, iluminadas, el proceso requiere transparencia y receptividad. Incluso ante mis cierres, ante mis llaves, mis defensas y por supuesto “mis sombras”.

Como señala Paco Peñarrubia: “de los muchos apellidos que se ha denominado a la terapia gestalt seguramente el más simple y descriptivo sea terapia del darse cuenta” (8). También Claudio Naranjo enfatiza el proceso de percatarse y Perls propugna la fuerza curativa del darse cuenta pues el propio individuo en su individualidad y diferencia va adquiriendo y esculpiendo sus pasos basándose en los reflejos de sabiduría de su propio organismo.

Poseemos una increíble materia, la mejor de nuestras esculturas: nuestro cuerpo-mente, materia y espíritu, animus y ánima, los elementos que se fusionan en la alquimia vital. Tal vez el dolor más profundo sea nuestra alienación, disociación, nuestro alejamiento del ser. ¿Quién soy? ¿Quién es? Por un lado ese autómata que con sus investiduras camina por raíles preconcebidos. Por otro, lo ignoto, lo temido y anhelado.

Como señalaba Jung, junto a los dragones de las cavernas más oscuras residen los más hermosos tesoros. Me ilumino y tomo conciencia incluyendo lo excluido, abrazando lo proyectado y rechazado.

Del potencial de la conciencia surge el llanto que descongela y desocupa nuestros cubos de hielo en el corazón o tal vez deshace nuestros múltiples nudos.

En el espacio desocupado nos encontramos con lo mortecino; lloramos, lidiamos con la impotencia, gritamos, nos volvemos pequeños, sentimos la no vida. Asimismo brota la pulsión, la percusión (bihotz: corazón en euskera cuyo significado literal es ‘dos sonidos’).

Flujo y reflujo. Me caigo y me levanto. Puedo dar y tomar; tomar la vida conscientemente, expresándome desde la sabiduría consciente del organismo.

Desde el mismo laberinto que soy, abrazado al mismo monstruo minotauro que soy, me transformo esculpiendo y esculpido por los avatares de esa materia y ese escultor que es la misteriosa Vida.

 

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5. Dinámica relacional

Aquí podemos enfatizar el viaje realizado en el encuentro terapéutico existencial como un viaje que va del narcisismo a la alteridad, esencia del verdadero encuentro. Nace el compromiso basado en la diferencia que camina hacia la retroalimentación, la nutrición mutua para poder esculpirnos y ahondar en nuestro ser.

Es desde nuestra ínter subjetividad donde nacen nuestras respuestas personales propias, una autorregulación organísmica que implica el encuentro con nuestros mitos, nuestros héroes y nuestros monstruos, nuestros anhelos, temores, deseos, heridas… que van en dirección a la realización de la propia vida.

El vaciado espacial de Oteiza es en definitiva receptividad y apertura, que en términos de M. Buber, implicaría un ver al otro (en una dinámica yo-tú).

 

6. Dinámica de la escucha terapéutica.jorge-

He señalado en diversas ocasiones la importancia de la receptividad en el espacio terapéutico como ámbito de apertura donde construir puentes entre la presencia, el ser-estar ahí y la inclusión de ese otro ser diferente, con heridas anhelantes de ser vistas. En el corazón mismo de la presencia del terapeuta se esculpe toda una epistemología, toda una fenomenología que deviene en el arte de la escucha. Resulta un arte que guarda en su seno un poderoso motor de intromisión. Quisiera proponer este arte desde diversos ángulos.

 La escucha terapéutica como creadora del espacio terapéutico en cuanto que constituye una especie de “retorno al origen”, a la actitud básica gestáltica en cuanto apoyo y confianza en el terapeuta como canal y cauce de un ecosistema matriz desde donde propiciar un clima, desde donde puedan emerger irrupciones creativas.

Retornando a Oteiza y su paralelismo en su planteamiento artístico, el artista nos habla de un proceso existencial y transformador en el que el arte “obliga al hombre a poner en juego sus reservas espirituales, a enriquecerlas. El arte trastorna el orden aparente del mundo exterior, provoca la necesidad de una más profunda comprensión de uno mismo, nos obliga a poner en juego una zona más íntima de nuestra conciencia cuya revelación es ejercicio de sensibilidad” (9).

Sensibilidad para escuchar (le) y escuchar (me); ver (le) y ver (me). Sensibilidad para estar en sintonía, en concordancia con mis propias percepciones como terapeuta y con la inclusión enriquecedora de su manifiesta y latente diferencia.

 La escucha como focalización de la atención y la sintonización. Resulta esencial preservar una actitud interna de receptiva sensibilización, una apertura de las “puertas de la percepción” que van girando en torno al eje de la propia presencia del terapeuta. Dicha actitud propicia una cocción, una alquimia que deviene en imán, en atractor de insights y reflejos de conciencia.

En una sesión con un empresario harto de su vida repleta de responsabilidades y de exigencias me empezó a hablar de una serie de erupciones cutáneas para pasar de inmediato a un sinfín de quejas acerca de su vida, acelerando cada vez más su discurso, así como un incesante movimiento de manos. Sentí una atmósfera de inquietud, pero en un determinado momento visioné sus manos como llamas de un fuego que le abrasaba en forma de erupciones. Se estaba quemando. Casi me pareció oler su quemazón. Al de un rato resopló y se dejó caer en el asiento. Me imaginé al ave fénix en que se estaba convirtiendo antes de iniciar los cambios que necesitaba plasmar. Incluso le invité a dibujar un fuego después de expresarle mis impresiones y mis imágenes. Me alegró y sorprendió comprobar el impacto y la utilidad que tuvo dicha imagen en el curso de unas cuantas sesiones.

 

La sintonización y sus frecuencias, necesitan de una serie de factores: sencillez, receptividad de percepciones visuales y resonancias sensoriales, corporales,…configurando así una “red” de escucha.

De nuevo Oteiza nos muestra una profunda visión iluminando nuestras reflexiones: “la escultura se preocupa de enseñarnos una especie de respiración visual que nos permite sumergirnos en las cosas y los acontecimientos del espacio, enriqueciendo nuestra sensibilidad, ampliando nuestra libertad, asegurando espiritualmente nuestra existencia”. (10).

Desde ésta respiración visual me percibo y resueno con el-lo otro sensorialmente (soy mi cuerpo esculpido por el espacio-tiempo). Escuchar el cuerpo resulta una vía regia, un canal directo hacia la captación de los lapsus y las grietas dolorosas de los cuerpos esculpidos que me encuentro en las sesiones. Finalmente el organismo sabe y conoce de un modo íntimo y profundo el latir pulsátil de sus ritmos naturales, tan necesarios para su evolución.

Para todo ello resulta necesario un aprendizaje en la focalización y la atención flotante que en ocasiones deviene en una especie de zoom mediante el cual percibir y percibirme, escuchar y escucharme.

Más allá de la sobre-intención o los pre-conceptos el arte de la escucha resulta una práctica sin fin que requiere una mirada fenomenológica abierta, receptiva, requiere una posición de fidelidad a la cosmología irruptiva de la intuición (cual mirar desde dentro), hasta propiciar un “abrazo” con el poder de lo obvio y una apertura de ese “ojo interno” sutil, amplificador de la conciencia, de la capacidad de ser conscientes de nuestros actos, temores, deseos…

Las imágenes, como aprecia Desoille, nacen de estados afectivos, por lo que muchas veces las intuiciones y visiones devienen en atractores, en un campo magnético, por un lado intrapsíquico y por otro lado relacional (repleto de lazos, de urdimbres primigenias, vínculos,…) que dibujan en su conjunto un mandala con su propio ecosistema integral, holístico.

Más allá del discurso emerge la escucha de lo intuitivo, fantasías e intuiciones con un alto potencial para la contención y la elaboración. Desde las escuelas psicoanalíticas lo contratransferencial resulta una rica fuente de imágenes. Racker, Ferenczi, Winnicot, Bion y otros desarrollan toda una dinámica de la intuición a través de la fenomenología contratransferencial convirtiéndola en un elemento de percepción de hondas vivencias que emergen del pozo del espacio relacional.

Recuerdo una paciente que había atravesado un proceso cancerígeno y disponía ya de su alta médica. En una sesión me hablaba de una escena de la infancia y fue emergiendo en mí una inquietante y sombría imagen de un festín tribal canibalístico. Tuve en cuenta dicha imagen durante un tiempo y esta metáfora guió la elaboración de ciertos asuntos de corte sistémico familiar, su ubicación y función en la estructura familiar. Curiosamente de un modo sintónico fue aflorando en ella una honda vivencia dolorosa de sacrificio y renuncia vital. Ella se ofreció de forma “religiosa” al grupo familiar. Pudimos ir elaborando con la ayuda de esa imagen y su correspondiente vivencia un seguimiento paulatino hacia una nueva reubicación vital, energética, familiar.

Una imagen, una visión, una sensación somática, una metáfora, representan en ocasiones una especie de “holograma” que encierra en sí un diseño o una visión intuitiva del conjunto.

La fenomenología intuitiva requiere la creación de un espacio interno fértil; una capacidad de sostener el silencio; una conciencia sensorial que catapulte irrupciones; una educación en la focalización de la atención, en la sensibilidad y por supuesto un aprendizaje en el sostenimiento del vacío.

También aparecen los obstáculos: apegos (a pre-conceptos), creencias auto limitantes, sobre control, dificultades con lo irracional…pues el arte de la escucha resulta una “obra abierta” y dichas barreras suponen nuestra escuela de aprendizaje.

 

7. A modo de conclusión

Entiendo lo esencial en la ayuda terapéutica y por tanto en la relación desarrollada en el espacio terapéutico como una paradójica rendición, un acto de respeto, de renuncia a dominar la realidad percibida o a enjaular al otro entre barrotes de rigidez, conceptualizaciones, posiciones de verticalidad… A partir de esta renuncia puedo acercarme al espacio silencioso y nadar en un vacío preñado de metáforas dispuestas a emerger y ser guías en nuestros procesos de autorregulación. Proceso que me incluye y visualizo compartido.

Siguiendo la imagen de mi sueño inicial me he abierto a la obra de Oteiza como proceso humano, inventándome similitudes con el encuentro terapéutico. Siento la escultura de mi sueño invocando el vacío, conservando en su seno mi anhelo de ser, reconozco el impulso primario de contacto con el otro y lo otro.

En este juego de analogías me sirven como cierre las palabras de Kortadi acerca del sentir y sentido para el propio Oteiza de su obra escultórica: “[…] es protección y salvación del mundo exterior y de la muerte, lugar de encuentro con uno mismo y con el inmensamente otro e infinito, por eso lo denomina “Huts”*- espacio vacío, espacio sagrado protector y vacío metafísico” (11).

*Huts significa vacío en euskera.

 

 

BIBLIOGRAFIA

(1) “Oteiza”.Cuaderno didáctico. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. P 5

(2) Ibíd. P14

(3) Gary Yontef: “Proceso y Diálogo en Psicoterapia Gestalt”. Ed. Cuatro Vientos. P.197

(4) “Oteiza”. Cuaderno didáctico. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía P.7, 8

(5) “La pasión de Jorge Oteiza”. Pedro Manterota. P10

(6) Gary Yontef: “Proceso y Diálogo en Psicoterapia Gestalt “. Ed. Cuatro Vientos P.207, 8

(7) “Oteiza”. Cuaderno Didáctico. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía P.8

(8) Francisco Peñarrubia:”Terapia Gestalt”.Alianza ed. P.95

(9) Oteiza: “Quosque Tandem”.P 151

(10) Ibíd. P. 146

(11) Edorta kortadi: “Oteiza, un genio proteico, un artista poliédrico”. Ed. Erein. P.48