La tercera etapa del Trabajo que Reconecta nos conduce a un cambio de percepción. “Ver con nuevo ojos” permite que se nos revele una más amplia red de recursos disponibles. Frente a una mirada achatada y limitadora, esta nueva forma de mirar nos abre a una visión de lo que es posible. Y de este modo, llegamos a comprender que nuestra capacidad de influir positivamente en nuestro entorno es mayor de la que habitualmente creemos.

Esta “nueva mirada” la proyectamos hacia nuestro sentido del yo, para ampliarlo. Así, pasamos de concebirnos como entidades separadas a vernos interconectados en un conjunto más amplio. Esto no significa perder nuestra individualidad, sino encontrar y desempeñar nuestro papel único en el seno de una comunidad amplia. Como señalan los autores, “el coraje de escuchar a nuestra conciencia y vivir nuestra propia verdad es esencial para unirnos”.
Emerge así el “yo ecológico”, aquel que entiende que no soy yo el que trata de defender el planeta, si no que soy parte del planeta protegiéndose a sí mismo. Porque nuestros yoes más amplios sienten a través de nosotros: nuestro dolor por el mundo o nuestro impulso para actuar no son solo nuestros, sino que albergamos y damos voz a emociones e impulsos presentes en el sistema (una idea similar la encontramos en el enfoque sistémico de la terapia familiar). Podemos preguntarnos de este modo, ¿qué está sucediendo a través de mí?

También miramos con ojos nuevos a la idea de poder. Trascendemos así la idea de “poder-sobre” (un poder de dominación), para encontrar “el poder-con”. Un poder relacional, basado en la sinergia. Donde no es necesario que cada paso individual tenga un impacto por sí solo. Porque el beneficio de una acción quizá no sea visible en el nivel en que se realiza, sino que tiene efecto a través de ondas expansivas, situadas más allá de lo que podemos ver.

Y esto nos conecta con una nueva forma de mirar al tiempo. Actualmente nos dominan el cortoplacismo y la aceleración continua. Los beneficios a corto plazo se suelen imponer a los costes a largo plazo, en lo que no es sino exportar problemas hacia el futuro (a nuestros descendientes). Pensar en tramos de tiempo cortos también limita nuestro sentido de lo que se puede lograr a través de nosotros. Sin embargo, podemos expandir nuestra idea de tiempo hacia atrás y hacia adelante, abarcando a nuestros ancestros y a las generaciones futuras, para quienes seremos sus antepasados. Podemos sentir el flujo y el empuje de la vida que nos llega desde nuestros ancestros y situarnos como servidores de esa vida, como transmisores de ella hacia quienes nos suceden.

La conexión con los antepasados y con las generaciones futuras eleva nuestra mirada, situándonos en una trama más amplia y certera. Más acorde también con los ritmos y tiempos ecológicos. Aprendemos así a rehabitar el tiempo y a comprender a nuestros antepasados como aliados nuestros, y a nosotros como aliados de las generaciones futuras.
Como siempre, traemos un par de prácticas a modo de ejemplo.

“Dime, ¿quién eres?”: por parejas, id turnándoos, cinco minutos cada uno, una persona pregunta, y después de cada respuesta vuelve a preguntar lo mismo, “dime, ¿quién eres?”. Cada vez se responde de una forma distinta. A medida que vamos respondiendo, vemos cómo puede ir ampliándose nuestro sentido del yo
“Carta de la séptima generación”, nos ayuda a identificarnos con seres futuros que vivirán dentro de doscientos años. Cierra los ojos, imagina viajar en el tiempo hacia adelante, e identifícate con un ser humano que viva en esa época. Si es el caso, puedes imaginar a un descendiente tuyo. NO hace falta que especifiques sus circunstancias, solo imaginar que vuelve su mirada a ti y te escribe. Empieza a poner palabras sobre el papel como si ese ser futuro te escribiera una carta. Así, al dar voz a seres futuros, los acercamos que un modo que nos ayuda a guiarnos por su perspectiva.

Miguel GM