DIALOGOS CON (ANTE) LO INVISIBLE I

DIALOGOS CON (ANTE) LO INVISIBLE I

Diálogos con ( ante ) lo invisible (1)
Cuando una semana de Marzo, la amenaza de lo lejano y ajeno se volvió cercano, propio, las miradas giraron ante una sombra invisible que todo lo inundaba.
Nuestras apacibles sillas se tambalearon; nuestros automáticos pasos se vieron bruscamente cesados.
Todas las miradas destinadas al afuera, se vieron incrustadas en el ámbito de lo inmediato. El aura de lo desconocido se agrandó hasta niveles inauditos.
El latido de la incertidumbre se tornó más pesado y contundente.
Un primer impulso emergió repentinamente. Un cerrar los ojos, un abrirlos para cerciorarse de que el oscuro espejo seguía ahí, de que la extraña nube continuaba ahí.
Ante los reiterados pestañeos, el cansancio de los párpados dio paso a la rendición. Estaba ahí, era real y durante un tiempo inescrutable iba a permanecer ahí.
Su presencia movilizó una conocida y temida vivencia. El miedo. Pero no cualquier miedo.
Uno que todo lo englobaba y todo lo amplificaba. Aparecía como una ola serpenteante, emergiendo de las profundidades del planeta de lo desconocido.
El miedo movilizó las huidas de toda una vida, de toda una especie. La humana.
Pero una voz distinta, tintineante pero firme y clara, susurró. “Mira”. Solo eso. Mira, “no dejes de mirar”.
Esa voz mostró una cascada de imágenes donde al cierre de los párpados, las sombras del destino se volvían gigantescas e inundaban los valles de terror.
Sólo algunos humanos escucharon ese susurro y comprendieron que SOLO cabía MIRAR. Al frente. Justo ahí adelante, precisamente donde se hallaba la nube. Justo ahí donde se hallaba el espejo humeante.
Mirar ahí y mirar adentro. Mirar ahí y mirar adentro.
Esos humanos creían en en el fondo, en una guerra de otro tipo. Humanos que amaban el conocimiento. Humanos que se resistían a disminuir los latidos de sus corazones.
Humanos que amaban la evolución. Humanos que aún se sentían niños abriendo los ojos y curiosos a todo. Un todo tan intimamente perceptible y tan olvidado.
Ante esa voz, ante esas imágenes, nacieron las primeras comprensiones.
Tal vez la propia realidad, aquello que llamamos así, sólo era el barniz de lo conocido.
Así, un fenómeno extraño e inusual aconteció. Un eclipse solar y lunar. Al fondo un eclipse de Dios.
Uno de aquellos hombres, un joven inquieto, cuya audición captó los rayos de lo sutil soñó un misterioso y extraño sueño. Visionó una ciudad desconocida. Un edificio se mostró en la cadena de imágenes. Un hombre salió al balcón de su casa. Respiró hondo. Miro la calle vacía, una y otra vez, intentando acostumbrase al espacio vacío.
Algo nimio llamó su atención. Junto al recipiente de las basuras, se hallaban apiladas unas cuantas sillas rotas.
Parecían tan sólidas en su estructura.
Y le recordó que también se le había roto la suya, la que más utilizaba. Aquel hombre mostró un agudo rictus de encogimiento.
Su realidad, cada realidad, todas las realidades se vieron alteradas.
Pocas veces lo propio y lo ajeno estuvo tan próximo.
Simplemente humanos. Especie.
En algún momento, las imágenes se desvanecieron. ¿ Realidad ?. ¿ irrealidad ?.
De nuevo los caminantes decidieron continuar en la búsqueda de los pasos perdidos.
Aquellos caminantes humanos que recorrían el Valle, hombres y mujeres, mujeres y hombres, se miraron a los ojos. Decidieron mirarse en los ojos del miedo. Sostuvieron un tiempo las miradas. La respiración, entrecortada al inicio, se tornó más tranquila.
Aprendieron juntos a sostener las miradas y todo lo que ello conllevaba.
Cuando al final del día, se retiraron a sus moradas al anochecer, sus corazones habían encontrado un pilar en el tiempo y el espacio. El abismo encontró una Liana de sujeción. Un otro, otra que solo con sostener la mirada, ejercía de misterioso imán sanador.
Las noches comenzaron a emitir un silbido extraño. En realidad era solo un matiz del silencio.
Aquellos caminantes, percibieron en la oscuridad de la noche, que ésta se había vuelto más silenciosa. Extrañamente silenciosa.
Al día siguiente, la excursión se topó con una extraña ruina. Un campo santo abandonado, viejo. Lápidas caídas generando extrañas formas geométricas llenas de epitafios y sabias frases.
Quedaron en silencio escrutando cada palabra, cada lápida, resonando visiones.
Al regreso, en silencio, comprendieron cuantos muertos olvidados, cuanta muerte olvidada.
Fue el eclipse de la propia muerte la que les dejó sin suelo en el río misterioso de la existencia. Sin pilares.
Se miraron. Dialogaron como nunca. Se encontraron como nunca, construyendo puentes de compresión.
Decidieron colocar algunas de las lápidas en los caminos más transitados. Eran guías en el sendero de la búsqueda.
El joven soñador, aquel día dejó posar sus pasos a la deriva hasta que se topó con una diminuta flor, un pequeño girasol al borde del camino. Se dejó conmover por aquella fragancia tan efímera, por aquella presencia tan diminuta y frágil. Se dejó conmover por su anhelo de luz, por su disposición natural y férrea.
Aquel joven imberbe, lloró desconsolado junto a aquella presencia. Se echó en posición fetal junto a su pequeño maestro de vida.
Navegó en el tiempo, dejándose atravesar por una majestuosa sensación de liviandad, vulnerabilidad, impermanencia.
La lápida, el misterioso epitafio, le mostró de nuevo el rostro de lo más temido y olvidado. El rostro de la dama oscura.
Extrañamente, se sintió más vivo que nunca. Extrañamente, aquel girasol resultó su íntimo amigo. Respiró cada segundo cual esencia pura, absorbiendo cada soplo como el elixir y manjar de la pura vida.
Sus conocidos y desconocidos muertos le mostraron con crudeza, el espejo de la luz en toda su dimensión hasta llegar a los latidos del amor. Amor hacía sí, amor hacia los amados.
Iñaki Zapirain

La caída

La caída

Creo que cada caída es un espacio y un tiempo mítico para ahondar en el rescate de las piezas olvidadas de nuestro naufragio.

Navegamos más allá y buceamos más abajo al encuentro de un ánfora quebrada, rota, que encierra un tesoro en forma de mensaje sutil, de conquista del amor genuino hacia lo más hondo de nosotros.

Creo que es una realidad radical.

El problema no es la fuga, la caída, sino nuestra reacción ante ella.

Habremos de encontrar un cauce para sostenerlo, verlo, abrazarlo, sentirlo y captar y recuperar aquello que se quedó allá en el olvido.

Suerte, viajera psiconauta.

 

Iñaki Zapirain Iturraran

LA RELACIÓN TERAPÉUTICA (o la des-ocupación del espacio)

LA RELACIÓN TERAPÉUTICA (o la des-ocupación del espacio)

Oteiza in memoriam

En recuerdo de Bittor Álvarez de Eulate

 

Por Iñaki Zapirain Iturraran

 

1. Introducción

Cuando nos vemos inmersos en un encuentro terapéutico podemos observar, de entrada, a un terapeuta que conserva en su “mochila” personal una serie de experiencias, una determinada maduración, el conocimiento de una serie de técnicas, la interiorización de toda una metodología de trabajo de inmersión en dirección hacia el incremento de la conciencia. Conciencia que ilumina, que impacta y que en su plenitud conserva per se un potencial de cambio. Asimismo, podemos observar en la mencionada mochila algún que otro mapa que orienta, aproximándonos a ciertos vislumbres de la geografía existencial de ese mundo de otros que nos ayuda a comprender que ciertas experiencias resultan universales (más allá de las vicisitudes y sensibilidades personales y específicas).

 

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Desocupación de sólidos. Poliedros con módulos de luz (Jorge Oteiza)

 

Al otro lado del espacio visual nos topamos con ese otro, esa persona que siente que en su vida vienen anidando una serie de grietas y conserva en su interior un ser doliente repleto de capas rellenas de diversos materiales que han ido revistiendo sus corazas.

Desde el inicio emerge en el espacio terapéutico matriz una poderosa presencia de dos esculturas dinámicas talladas por el tiempo, por los misteriosos avatares de la existencia, ocupados y desocupados de emociones, anhelos, deseos y ansiedades profundas.

Una noche me vi impactado por un sueño que para mí resultó especial y que me aportó un material psicológico y emocional valioso. Aparecía una figura escultórica (con conexiones de figuras astronómicas) que tenía claros paralelismos con una obra de un gran escultor vasco: Jorge Oteiza. En mi sueño me doy cuenta del impacto de unas formas curvas que entrelazadas diseñan una esfera mostrando asimismo el espacio vacío, lo cual va creando en mí una poderosa sensación de apertura energética acompañada de una intensa conexión (tanto con mis sensaciones internas como con la inmensidad del espacio externo). Es como si al visionar las formas de la esfera y su vacío sintiera que se me amplifica la percepción.

Oteiza, considerado como uno de los escultores y teóricos experimentales del arte más importantes de la segunda mitad del siglo XX (1), utilizó una serie de elementos plásticos en su idea de la hipótesis dinámica partiendo del “cuboide Malevitch” (combinando elementos estáticos y dinámicos), transitando por las maclas (término desarrollado de la mineralogía) mediante las que plasma el dinamismo de dos volúmenes, dos fuerzas opuestas que tienden a unirse. La tensión dinámica que se genera contribuye a dinamizar el espacio convirtiéndolo en un elemento plástico maleable. Todo ello hasta llegar a la desocupación espacial y al vacío metafísico (2).

El espacio matriz terapéutico como encuentro dialogal (M. Buber) también está repleto de tensiones, simetrías, aristas, encuentros y desencuentros. ¿Qué es la materia sino presión, espacio y tiempo? Ese espacio se torna en una estructura, en un mandala en el que intervienen dos protagonistas en crecimiento madurativo, en un vínculo que deviene en un existencialismo dialogal (3).

En la base del encuentro dialogal se encuentran los dos modos interactivos: el yo –tú, el terapeuta- paciente. Un encuentro en un espacio que se ocupa y se desocupa. Se ocupa en la presencia, en la expresión de todo el material sedimentado y se desocupa en el proceso de disolución de las diversas capas, de roles, compulsiones y aquellos planos relacionados con la coraza personal.

“La motivación permanente de Oteiza fue la espacialidad y la creación del espacio desocupado, espacio vacío […] En una ocasión para explicar el concepto del espacio desocupado en su escultura vacía escenificó el siguiente hecho. Colocó un encendedor sobre la mesa y mirando el objeto lo señaló reclamando toda nuestra atención. Rápidamente y de un manotazo arrebató el encendedor de su lugar, al tiempo que afirmaba: ¡Mirad el espacio que deja! Lo que Oteiza nos descubría era la realidad de un espacio que se muestra, un espacio desocupado que al mismo tiempo es un espacio existencial”. (4)

 

 

2. Dinámica de “vaciado” o inmersión hacia el ser

Podemos establecer un paralelismo entre la desocupación del espacio de Oteiza y la filosofía esencial de la gestalt que entre otros pilares reside en el encuentro con el vacío genuino, abierto, repleto de autenticidad.

Perls habla de cinco capas en el proceso de desandar la neurosis y recuperar una existencia más rica y saludable. Atravesar cada capa supone una disolución progresiva de la neurosis, desde sus aspectos más periféricos hasta los más nucleares (estereotipos, roles, acercamiento al vacío interior, fases de impasse, procesos de implosión y fenómenos de explosión o revitalización).

El proceso fenomenológico en el que se inserta la interacción dialogal hacia el impacto revelador del darse cuenta, es probablemente el puente esencial de la terapia gestalt.

Oteiza al igual que Perls induce, provoca, lima con el cincel de la frustración, el apoyo, la confrontación… un cauce de “vaciado” que instaura una “sinfonía otoñal” donde van cayendo los férreos clichés de cómo uno es o debería ser, hojas que caen del Árbol de la vida con inscripciones de juegos psicológicos, actitudes cronificadas. Es ahí cuando uno se topa con el desconcierto, con el desierto, con el túnel oscuro (la noche oscura del alma) que en definitiva deviene en un “domesticado de la soledad” y un descenso para ascender.

Según Manterola, Oteiza quiere conquistar ese vacio sin fronteras que le resulta imposible eludir y convertirlo en su aliado (como Odiseo en la infatigable búsqueda de su patria). A tal objeto lo reclama, se identifica con él, lo convierte en su ángel (5).

Podemos señalar por tanto que en la relación terapéutica se fraguan, se cuecen en el “vas hermeticum” del espacio terapéutico alquímico los procesos de desinvestimiento o la quema de los ropajes que ya no sirven. Este recorrido implica quedarnos en el vacío temido y anhelado desde donde puede irrumpir una energía creativa renovadora (sí mismo, pulsión de individuación, proceso de autorrealización…).

 

3. Dinámica existencial pendular

(Viaje hacia el sí mismo, la individuación y la diferencia)

Resituándonos en lo señalado inicialmente podemos constatar la existencia entre paciente y terapeuta de una dinámica energética dual, dialogal, pendular en la que las emociones, los sentimientos, las aperturas, los cierres, las expectativas están latentes y manifiestos.

En el espacio terapéutico pueden plasmarse todo un espectro de posibilidades en el que residen dos manifestaciones polares: un encuentro “monologuista” de dos seres aislados en funciones estrictas, tecnicistas, verticales, rígidas o un encuentro simbiótico o confluyente en el que las expectativas del cliente se engarzan con las del terapeuta.

Oralidad, narcisismo, dependencia pueden ser aspectos que debilitan el potencial del encuentro de dos seres que sienten desde su diferencia (acentuando la autonomía y la separatividad) que son, existen, gritan, celebran, se duelen y van propiciando un crecimiento mutuo cada cual desde su ángulo, su función y, por tanto, su contexto.

Como señala Gary Yontef “la relación terapéutica es un proceso y se construye sobre el proceso de contactar” (6) cualesquiera formas que adquiera. Además este autor señala una serie de características del contacto en la relación dialogal yo-tú de la terapia gestáltica, de las que quisiera resaltar tres de ellas:

La primera sería la inclusión, la aceptación de la relación diferenciada yo-tú (más allá del yo- ello o visión narcisística que mira al otro como prolongación, apéndice, complemento). El terapeuta permite la experiencia fenomenológica del paciente.

Es probablemente un aprendizaje de la escucha, la mirada en el respeto del mundo interno y externo del paciente. Ello requiere el “apojé” fenomenológico Husserliano que implica una capacitación para dejar en suspensión los propios preconceptos acerca de las sesiones o de las irrupciones verbales, emocionales, ideacionales o somáticas del paciente.

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Hombre con sombrero y paloma (René Magritte)

Recuerdo una época en la que después de despedir en sesión a un ejecutivo bien trajeado, disciplinado y perfeccionista recibía a un músico de rock duro repleto de tatuajes y pearcings. Mi organismo realizaba volteretas y piruetas mentales, conceptuales, de sintonización emocional y existencial para “incluir” las vivencias y los modos vitales y existenciales antagónicos de estas dos personas.

La segunda característica sería la presencia. Aquí, el terapeuta muestra su verdadero sí-mismo. Claudio Naranjo, Memo Borja,…han venido señalando, enfatizando y mostrando la Gestalt como terapia de autenticidad, incidiendo en la actitud gestáltica como eje fundamental del devenir terapéutico. Es por ello que en la experiencia interactiva dialogal la honestidad y la fidelidad hacia las propias percepciones e intuiciones resulta esencial, ahondando así en una más plena escucha terapéutica.

En la mencionada presencia se cuecen múltiples sensaciones, tensiones, imágenes, comprensiones, sentimientos, confusiones, enfados, dudas, vivencias de profundo interés o aburrimiento, entre otras múltiples vivencias que configuran una red, un puzzle multidimensional que plasma la escultura propia del terapeuta en su nivel de presencia.

Para que esta dinámica polar de inclusión y presencia tome cuerpo, resulta esencial la visión, la interiorización, la vivencia básica de la diferencia (o el respeto al hecho diferencial). Sin esta vivencia no se podrían construir los pilares de la individuación o la posibilidad de generar un clima de confianza en el proceso de autorregulación. De ese modo, ese ser herido deviene en un organismo que va construyendo desde el empuje del sí-mismo, desde el respeto de su propio ritmo pulsátil, un cauce hacia su propia autorregulación, tejiendo puentes mediante la sintonización con la presencia del terapeuta y pudiendo conectar, en definitiva, con sus propias prioridades existenciales y sus necesidades básicas.

La tercera característica sería la del compromiso. Un compromiso con los procesos en curso, con lo emergente, con lo que irrumpe en el espacio matriz diferenciado en el encuentro existencial yo-tú.

Recordando la mirada de Oteiza su perspectiva ofrece una realidad de espacio abierto que se muestra.

Hay momentos en las secuencias de las sesiones para la ideación, la comprensión intelectual, momentos para la emoción, momentos para la expresión motriz, corporal… y momentos para la “rendición” ante lo emergente, ante el impacto de las figuras que brotan en el espacio terapéutico dialogal.

Creo evidentemente que un punto esencial para este compromiso y la escucha profunda resulta la receptividad (incluyendo apertura). El espacio desocupado según Oteiza, “que para él simboliza el punto cero de la expresión escultórica. Espacio vacío que deviene espiritualmente receptivo…” (7).

La receptividad y la apertura resultan imprescindibles para el objetivo esencial de la psicoterapia gestalt, o sea el darse cuenta, la conciencia que impacta, que duele, alegra, disuelve.

 

4. Dinámica de la conciencia

Más allá de las técnicas o ejercicios propuestos por el terapeuta, resulta esencial la interrelación que crea atmósferas, la interacción que esculpe figuras de introvisión donde reside el “¡ajá!” y el darse cuenta. A veces para recordar, retomar o afianzar mi fe en el darse cuenta, visualizo una vela en el espacio que a la vez que ilumina derrite y abre, dejando espacio.

Para que las esculturas “desocupadas” sean visibles, iluminadas, el proceso requiere transparencia y receptividad. Incluso ante mis cierres, ante mis llaves, mis defensas y por supuesto “mis sombras”.

Como señala Paco Peñarrubia: “de los muchos apellidos que se ha denominado a la terapia gestalt seguramente el más simple y descriptivo sea terapia del darse cuenta” (8). También Claudio Naranjo enfatiza el proceso de percatarse y Perls propugna la fuerza curativa del darse cuenta pues el propio individuo en su individualidad y diferencia va adquiriendo y esculpiendo sus pasos basándose en los reflejos de sabiduría de su propio organismo.

Poseemos una increíble materia, la mejor de nuestras esculturas: nuestro cuerpo-mente, materia y espíritu, animus y ánima, los elementos que se fusionan en la alquimia vital. Tal vez el dolor más profundo sea nuestra alienación, disociación, nuestro alejamiento del ser. ¿Quién soy? ¿Quién es? Por un lado ese autómata que con sus investiduras camina por raíles preconcebidos. Por otro, lo ignoto, lo temido y anhelado.

Como señalaba Jung, junto a los dragones de las cavernas más oscuras residen los más hermosos tesoros. Me ilumino y tomo conciencia incluyendo lo excluido, abrazando lo proyectado y rechazado.

Del potencial de la conciencia surge el llanto que descongela y desocupa nuestros cubos de hielo en el corazón o tal vez deshace nuestros múltiples nudos.

En el espacio desocupado nos encontramos con lo mortecino; lloramos, lidiamos con la impotencia, gritamos, nos volvemos pequeños, sentimos la no vida. Asimismo brota la pulsión, la percusión (bihotz: corazón en euskera cuyo significado literal es ‘dos sonidos’).

Flujo y reflujo. Me caigo y me levanto. Puedo dar y tomar; tomar la vida conscientemente, expresándome desde la sabiduría consciente del organismo.

Desde el mismo laberinto que soy, abrazado al mismo monstruo minotauro que soy, me transformo esculpiendo y esculpido por los avatares de esa materia y ese escultor que es la misteriosa Vida.

 

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5. Dinámica relacional

Aquí podemos enfatizar el viaje realizado en el encuentro terapéutico existencial como un viaje que va del narcisismo a la alteridad, esencia del verdadero encuentro. Nace el compromiso basado en la diferencia que camina hacia la retroalimentación, la nutrición mutua para poder esculpirnos y ahondar en nuestro ser.

Es desde nuestra ínter subjetividad donde nacen nuestras respuestas personales propias, una autorregulación organísmica que implica el encuentro con nuestros mitos, nuestros héroes y nuestros monstruos, nuestros anhelos, temores, deseos, heridas… que van en dirección a la realización de la propia vida.

El vaciado espacial de Oteiza es en definitiva receptividad y apertura, que en términos de M. Buber, implicaría un ver al otro (en una dinámica yo-tú).

 

6. Dinámica de la escucha terapéutica.jorge-

He señalado en diversas ocasiones la importancia de la receptividad en el espacio terapéutico como ámbito de apertura donde construir puentes entre la presencia, el ser-estar ahí y la inclusión de ese otro ser diferente, con heridas anhelantes de ser vistas. En el corazón mismo de la presencia del terapeuta se esculpe toda una epistemología, toda una fenomenología que deviene en el arte de la escucha. Resulta un arte que guarda en su seno un poderoso motor de intromisión. Quisiera proponer este arte desde diversos ángulos.

 La escucha terapéutica como creadora del espacio terapéutico en cuanto que constituye una especie de “retorno al origen”, a la actitud básica gestáltica en cuanto apoyo y confianza en el terapeuta como canal y cauce de un ecosistema matriz desde donde propiciar un clima, desde donde puedan emerger irrupciones creativas.

Retornando a Oteiza y su paralelismo en su planteamiento artístico, el artista nos habla de un proceso existencial y transformador en el que el arte “obliga al hombre a poner en juego sus reservas espirituales, a enriquecerlas. El arte trastorna el orden aparente del mundo exterior, provoca la necesidad de una más profunda comprensión de uno mismo, nos obliga a poner en juego una zona más íntima de nuestra conciencia cuya revelación es ejercicio de sensibilidad” (9).

Sensibilidad para escuchar (le) y escuchar (me); ver (le) y ver (me). Sensibilidad para estar en sintonía, en concordancia con mis propias percepciones como terapeuta y con la inclusión enriquecedora de su manifiesta y latente diferencia.

 La escucha como focalización de la atención y la sintonización. Resulta esencial preservar una actitud interna de receptiva sensibilización, una apertura de las “puertas de la percepción” que van girando en torno al eje de la propia presencia del terapeuta. Dicha actitud propicia una cocción, una alquimia que deviene en imán, en atractor de insights y reflejos de conciencia.

En una sesión con un empresario harto de su vida repleta de responsabilidades y de exigencias me empezó a hablar de una serie de erupciones cutáneas para pasar de inmediato a un sinfín de quejas acerca de su vida, acelerando cada vez más su discurso, así como un incesante movimiento de manos. Sentí una atmósfera de inquietud, pero en un determinado momento visioné sus manos como llamas de un fuego que le abrasaba en forma de erupciones. Se estaba quemando. Casi me pareció oler su quemazón. Al de un rato resopló y se dejó caer en el asiento. Me imaginé al ave fénix en que se estaba convirtiendo antes de iniciar los cambios que necesitaba plasmar. Incluso le invité a dibujar un fuego después de expresarle mis impresiones y mis imágenes. Me alegró y sorprendió comprobar el impacto y la utilidad que tuvo dicha imagen en el curso de unas cuantas sesiones.

 

La sintonización y sus frecuencias, necesitan de una serie de factores: sencillez, receptividad de percepciones visuales y resonancias sensoriales, corporales,…configurando así una “red” de escucha.

De nuevo Oteiza nos muestra una profunda visión iluminando nuestras reflexiones: “la escultura se preocupa de enseñarnos una especie de respiración visual que nos permite sumergirnos en las cosas y los acontecimientos del espacio, enriqueciendo nuestra sensibilidad, ampliando nuestra libertad, asegurando espiritualmente nuestra existencia”. (10).

Desde ésta respiración visual me percibo y resueno con el-lo otro sensorialmente (soy mi cuerpo esculpido por el espacio-tiempo). Escuchar el cuerpo resulta una vía regia, un canal directo hacia la captación de los lapsus y las grietas dolorosas de los cuerpos esculpidos que me encuentro en las sesiones. Finalmente el organismo sabe y conoce de un modo íntimo y profundo el latir pulsátil de sus ritmos naturales, tan necesarios para su evolución.

Para todo ello resulta necesario un aprendizaje en la focalización y la atención flotante que en ocasiones deviene en una especie de zoom mediante el cual percibir y percibirme, escuchar y escucharme.

Más allá de la sobre-intención o los pre-conceptos el arte de la escucha resulta una práctica sin fin que requiere una mirada fenomenológica abierta, receptiva, requiere una posición de fidelidad a la cosmología irruptiva de la intuición (cual mirar desde dentro), hasta propiciar un “abrazo” con el poder de lo obvio y una apertura de ese “ojo interno” sutil, amplificador de la conciencia, de la capacidad de ser conscientes de nuestros actos, temores, deseos…

Las imágenes, como aprecia Desoille, nacen de estados afectivos, por lo que muchas veces las intuiciones y visiones devienen en atractores, en un campo magnético, por un lado intrapsíquico y por otro lado relacional (repleto de lazos, de urdimbres primigenias, vínculos,…) que dibujan en su conjunto un mandala con su propio ecosistema integral, holístico.

Más allá del discurso emerge la escucha de lo intuitivo, fantasías e intuiciones con un alto potencial para la contención y la elaboración. Desde las escuelas psicoanalíticas lo contratransferencial resulta una rica fuente de imágenes. Racker, Ferenczi, Winnicot, Bion y otros desarrollan toda una dinámica de la intuición a través de la fenomenología contratransferencial convirtiéndola en un elemento de percepción de hondas vivencias que emergen del pozo del espacio relacional.

Recuerdo una paciente que había atravesado un proceso cancerígeno y disponía ya de su alta médica. En una sesión me hablaba de una escena de la infancia y fue emergiendo en mí una inquietante y sombría imagen de un festín tribal canibalístico. Tuve en cuenta dicha imagen durante un tiempo y esta metáfora guió la elaboración de ciertos asuntos de corte sistémico familiar, su ubicación y función en la estructura familiar. Curiosamente de un modo sintónico fue aflorando en ella una honda vivencia dolorosa de sacrificio y renuncia vital. Ella se ofreció de forma “religiosa” al grupo familiar. Pudimos ir elaborando con la ayuda de esa imagen y su correspondiente vivencia un seguimiento paulatino hacia una nueva reubicación vital, energética, familiar.

Una imagen, una visión, una sensación somática, una metáfora, representan en ocasiones una especie de “holograma” que encierra en sí un diseño o una visión intuitiva del conjunto.

La fenomenología intuitiva requiere la creación de un espacio interno fértil; una capacidad de sostener el silencio; una conciencia sensorial que catapulte irrupciones; una educación en la focalización de la atención, en la sensibilidad y por supuesto un aprendizaje en el sostenimiento del vacío.

También aparecen los obstáculos: apegos (a pre-conceptos), creencias auto limitantes, sobre control, dificultades con lo irracional…pues el arte de la escucha resulta una “obra abierta” y dichas barreras suponen nuestra escuela de aprendizaje.

 

7. A modo de conclusión

Entiendo lo esencial en la ayuda terapéutica y por tanto en la relación desarrollada en el espacio terapéutico como una paradójica rendición, un acto de respeto, de renuncia a dominar la realidad percibida o a enjaular al otro entre barrotes de rigidez, conceptualizaciones, posiciones de verticalidad… A partir de esta renuncia puedo acercarme al espacio silencioso y nadar en un vacío preñado de metáforas dispuestas a emerger y ser guías en nuestros procesos de autorregulación. Proceso que me incluye y visualizo compartido.

Siguiendo la imagen de mi sueño inicial me he abierto a la obra de Oteiza como proceso humano, inventándome similitudes con el encuentro terapéutico. Siento la escultura de mi sueño invocando el vacío, conservando en su seno mi anhelo de ser, reconozco el impulso primario de contacto con el otro y lo otro.

En este juego de analogías me sirven como cierre las palabras de Kortadi acerca del sentir y sentido para el propio Oteiza de su obra escultórica: “[…] es protección y salvación del mundo exterior y de la muerte, lugar de encuentro con uno mismo y con el inmensamente otro e infinito, por eso lo denomina “Huts”*- espacio vacío, espacio sagrado protector y vacío metafísico” (11).

*Huts significa vacío en euskera.

 

 

BIBLIOGRAFIA

(1) “Oteiza”.Cuaderno didáctico. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. P 5

(2) Ibíd. P14

(3) Gary Yontef: “Proceso y Diálogo en Psicoterapia Gestalt”. Ed. Cuatro Vientos. P.197

(4) “Oteiza”. Cuaderno didáctico. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía P.7, 8

(5) “La pasión de Jorge Oteiza”. Pedro Manterota. P10

(6) Gary Yontef: “Proceso y Diálogo en Psicoterapia Gestalt “. Ed. Cuatro Vientos P.207, 8

(7) “Oteiza”. Cuaderno Didáctico. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía P.8

(8) Francisco Peñarrubia:”Terapia Gestalt”.Alianza ed. P.95

(9) Oteiza: “Quosque Tandem”.P 151

(10) Ibíd. P. 146

(11) Edorta kortadi: “Oteiza, un genio proteico, un artista poliédrico”. Ed. Erein. P.48

 

 

 

ALCANCE Y LÍMITES DE LA TERAPIA GESTALT

ALCANCE Y LÍMITES DE LA TERAPIA GESTALT

Resulta enormemente sugerente y crucial para todos aquellos que estamos interesados en los diversos planos de la salud mental, cuestionar y cuestionarnos tanto en los niveles prácticos, cotidianos de nuestro enfoque terapéutico, como en la dimensión teórica de los postulados que manejamos a la hora de encontrarnos con las manifestaciones de ese ser doliente que se halla frente a nosotros.

Hace tiempo que me hallaba en la necesidad personal de cuestionar y redefinir muchas de las ideas y experiencias que he ido adquiriendo, tanto de las diversos profesionales con los que he ido formándome como de las sesiones que han ido brotando de los pacientes con los que he ido trabajando, vivenciando, avivando mis sentidos,..,  así como de las supervisiones, los pacientes difíciles, los enganches, etc.  He querido volcar y compartir en este monográfico algunas reflexiones en relación con todo ello.

Poder de la Gestalt

Cuando imagino una mirada panorámica retrospectiva de rostros de pacientes, ejercicios gestálticos u observo de frente aquellas herramientas que me admiran, me conmueven y me entusiasman de la psicoterapia Gestalt, emerge con fuerza brotando y rebrotando, la idea insistentemente materializada de la «Autorregulación Organísmica» como Potencial Regulador (actualizándome o confiando en mi ritmo vital).

La idea de la autorregulación, no aparece como un mero devenir bañado de azar, o de perezosa inconsciencia, sino como un despliegue que se desarrolla bien en segundos, en un «aquí y ahora» poderoso alimentando «luz» de conciencia, energía curativa, bien lentamente alternando aperturas, defensas (legítimas), temores, avances y retrocesos, progresiones y regresiones, caídas y gritos de auto-apoyo.

Me siento convencido de que resulta absolutamente esencial el respeto íntimo del ritmo del paciente y de que él mismo lo encuentre dentro del proceso terapéutico, más allá del juicio o la poderosa energía super-egoica volcada a sí mismo o a la terapia. Asimismo, me parece esencial la observación por parte del terapeuta,  no solo de las ansiedades propias del material emocional provenientes de los conflictos del paciente, sino del ideal egoico volcado en el proceso terapéutico en forma de hipotéticos ejes conductores (terapia ideal, hilo conductor ideal, ejercicio ideal,…).

Evidentemente, resulta necesario añadir la necesidad de delimitar y tomar conciencia de los ideales, las frustraciones, los demonios y las divinidades proyectadas al terapeuta. Recientemente, en un complejo caso de un joven de estructura borderline me vi envuelto en una trama familiar inmersa en ansiedades diversas (con muchas sensaciones agresivas, culpógenas,…) cuyos nudos me envolvieron pero que me sirvieron para ver el despliegue de todo el ecosistema familiar de apoyos, compensaciones y enormes resistencias.

Me ayudó a ver el despliegue de todo el organismo en el que el paciente constituía una célula atrapada en una red interactuante en conjunción con las otras células de su familia; era una especie de tela de araña en la cual todos participaban y en la que me vi involucrado a través de una serie de manipulaciones. Poco a poco, se fueron desgranando los mecanismos y pude ver el despliegue de la metáfora familiar (una especie de imán absorbente cuyo pánico de base era la soledad y la desmembración).

En ese despliegue, adquiere importancia el diálogo terapéutico, constituyendo una interacción en el que lo transferencial, lo contratransferencial, lo emocional,  ideacional, y por supuesto lo corporal van dibujando en su formidable despliegue  el ecosistema que muestra y en el que se muestra cada persona que aparece en nuestra consulta (tanto en el contexto individual como en el grupal). Por ello, desde este fascinante concepto de la autorregulación organísmica, me resulta esencial el respeto por todas aquellas fases en el tránsito del proceso terapéutico que resultan tan costosas y que van tan impregnadas de sufrimiento,  impasse, implosión,..

Por muy buenas técnicas que tengamos a nuestro alcance, todos necesitamos nuestro tiempo para ver nuestras verdades, para reconocerlas, sentirlas,.. y el dolor necesita de «su» momento para poder ser vivido con su necesaria intensidad. Es por ello que más allá de las grandes teorías y las más creativas técnicas, resulta imprescindible un buen caudal de observación para mirar y percibir ese poderoso, brutal y sutil despliegue de mecanismos, sentimientos, dificultades, reacciones y manifestaciones corporales múltiples que se dan en los diversos procesos terapéuticos (tanto en el mundo interno como en el externo).

Los mencionados procesos conllevan por tanto, la necesidad de un enorme respeto por el ritmo de profundización, contacto y conciencia de la persona. Sería algo así como «viajar a lomos» del impulso prospectivo que subyace en lo más íntimo de cada ser humano impulsándonos hacia la integración y crecimiento personal. Es por ello que resulta esencial descansar en una actitud de confianza en los procesos que se van concatenando en el devenir del madurativo de la persona.

Más allá de actitudes históricas o individualizadas destinadas a forzar el cambio (o un excesivo énfasis en la explosión emocional, «catartitis») o más allá de actitudes «mágicas» respecto de los ejercicios o actitudes de prepotencia, reside una sutil y poderosa Presencia Observante del despliegue fenomenológico de los acontecimientos. y ahí reside una hermosa paradoja de la terapia Gestalt (y de cualquier técnica en general). Desde esa presencia, el terapeuta muchas veces solo puede ver, observar, acompañar las dificultades, el dolor, el sufrimiento, la descarga, la alegría, el odio, el anhelo,…de la persona que junto a él y con él sigue buscando

Paradójicamente, al igual que en un movimiento de bisagra, el terapeuta gestáltico, acompaña el recorrido del paciente con su candil lleno de luz para enfocar.  En una mano porta luz para poder focalizar la atención en los nudos de la mente-cuerpo.  Pero sabe desde el otro movimiento de la bisagra, desde su otra mano (vacía), que no se puede hacer mucho más que «ser con», aportando presencia y presencia (repleta de técnicas, vivencias, ideas, vacío e intuición).

Otra poderosa aportación (que no deja de impresionarme), que desde su sencillez rezuma potencia curativa y se halla estrechamente vinculada al movimiento de regulación organísmica, consiste en el despliegue de la conciencia del darse-cuenta como el gran catalizador del autoconocimiento y de la curación.  Es la alquimia del cambio.

Potencial de Autoconciencia  (iluminando las «sombras»).

En este proceso, desde la perspectiva gestáltica uno va «parándose», tirando de las manifestaciones que emergen para vivir lo que va aflorando y ser plenamente consciente de ello, lo cual nos lleva hasta nuestros núcleos emocionales inconclusos. De este modo, uno va integrando aspectos alienados de nuestra conciencia. Desde esta dinámica, la Terapia Gestalt ha alcanzado una novedosa dimensión en la captación de la fenomenología de la neurosis, percibiendo la esencia del sufrimiento neurótico que reside en el antagonismo interior, en la alienación, el auto-rechazo,.. Así, la gestalt ha aportado todo un espectro relacionado con el proceso de integración personal a través de la dinámica de las Polaridades.

Potencial Integrador

Mediante el uso de una serie de objetos transicionales (sillas vacías, cojines,…) que van adoptando creativamente múltiples formas, uno puede dialogar interna y externamente con personas, con aspectos caracterológicos, sombras internas, fantasmas y demonios interiores, emociones soterradas, imágenes que necesitan ser recreadas o pintadas, figuras que quieren ser esculpidas, deseos que necesitan encontrar contacto, caricias olvidadas en zonas de nuestro cuerpo marchitas, etc…

A través del trabajo con las polaridades uno va iluminando la zona sombría, asumiéndola y recuperándola paso a paso, a través de múltiples diálogos y encuentros y desencuentros con uno mismo. También nos permite vivencias en las que uno se halla en posiciones cercanas a una » gozosa neutralidad» en las que uno «es» ante aspectos de sí en conflicto. Incluso uno puede «rozar» destellos de simplemente «ser», en un presente lleno de gozoso vacío. A partir de la alquimia de la conciencia, del despliegue del darse cuenta y el proceso de integración de las polaridades, podemos adentrarnos en otro espacio enormemente desarrollado por la terapia gestalt, la dinámica corporal y la psicosomática.

Potencial energético («acariciando» mi cuerpo).

Manifestaciones sintomatológicas, reacciones corporales, movimientos corporales son captados desde ,una especial sensibilidad de escucha para adentrarnos en ese despliegue de conciencia e irnos topando con esos sentimientos, esos asuntos inconclusos, esos gritos, esos llantos, esas ansias de placer que encierran nuestros músculos o rodean nuestros huesos, nuestras articulaciones,… Ese nuestro cuerpo constituye nuestra caja de Pandora desde donde nacen todas esas voces.  Sólo necesitamos acercarnos, aguzar el oído y… dejarle hablar.

Potencial Creativo (o las imágenes que me guían en mi recorrido vital)

Todas estas actitudes que acompañan a la gestalt, nos van dibujando un mapa repleto de creatividad. Creatividad en el desarrollo del darse cuenta, utilizando cualquier herramienta para favorecer el incremento de la conciencia, lo cual nos acercaría a una especie de «Arte-terapia».  Así, uno puede ser un determinado personaje, desde un cojín, una silla, un compañero de grupo, puede dramatizarlo, dibujarlo, cantarlo, bailarlo, moldearlo…

Desde esa posición creativa, el terapeuta gestáltico dispone en el fondo de sus ojos de imágenes y metáforas que irrumpen danzarinas en su conciencia, pudiendo aprovecharse de ellas para resituarlas en la sesión, en la interacción con el paciente o hacia la creación de un nuevo marco de experimentación o un ejercicio personalizado en ese preciso instante.

Asimismo, confía en la dimensión creativa de la persona inmersa en el proceso a la hora de crear atmósferas de las que pueden nacer imágenes portadoras de insights. Imágenes (nacidas de ensoñaciones, sueños o brotes de visiones) como «sentirse con el corazón encerrado en un bloque de hielo», » sentir un ser primitivo peludo y gritón » dentro de sí, vivirse «como una roca paralizada recibiendo las embestidas del mar», y muchas otras que brotan sin fín, resultan metáforas preñadas de oleadas de conciencia destilando una comprensión más íntima o una mayor profundización en el contacto. Todo ello, pudiendo «pescar» esas imágenes y encauzarlas. Y es esa creatividad la que se moviliza en una dinámica danzante entre el orden y el desorden, entre la confusión y la luz de la conciencia. Como comenta E.H. Gombrich (1), «es el contraste entre el desorden y el orden lo que alerta nuestra percepción…».

Es la dinámica figura-fondo, la auténticamente generadora de vida, de expresión, de impulso, de creación, de sentimiento,…manifestándose como un manantial que genera movimiento a partir de ese fondo-magma que disolviéndose de alguna manera se transforma y se ofrece.

Potencial de Apertura (dejándome fluir).

Resulta útil (en mi opinión) para el terapeuta gestáltico, una buena dosis de redescubrimiento, de mayor aprehensión de ese magma global que se mueve por todo el organismo, tanto a nivel individual como grupal en la dinámica de las sesiones de terapia. Algo así como pegar el oído al «fondo» (no sólo y tan recurrentemente a la figura). Por un lado, prestando atención a la disposición energética de la persona y por otro lado, caldeando ese magma, ese fondo marino para» pescar» mejor las tomas de conciencia.

Es como una escucha de un conjunto de sonidos, dejándolos fluir o un ,. amigarse» con el caos inherente a todos los fenómenos ( físicos, energéticos., mentales…). Asimismo, al hilo de esto, más allá del tradicional enfoque grupal de la gestalt, sosteniendo al grupo como testigo de diversos trabajos individuales, se hallaría el grupo como un todo (expuesto tanto desde las teorías de Bion como de las del Grupoanálisis) que adquiere formas diversas de profundo calado (figuraciones múltiples, ansiedades que se cristalizan de maneras diversas, imágenes,… donde el grupo puede ser una madre devoradora, un monstruo marino, una «olla a presión»…)

Pero, más allá de las múltiples aplicaciones creativas de la terapia Gestalt y los niveles de confianza y oleadas de entusiasmo que uno puede depositar en su espectro de potencial y funcionamiento, emergen las diferentes dificultades, los obstáculos. Más allá de las posibles aplicaciones en la propia terapia, en el arte (en los análisis de la percepción, la concepción espacio-temporal, la expresión artística,…) o en el mundo institucional ( modelos educacionales, espacio hospitalario, trabajos con el personal docente, sanitario…) o incluso en el empresarial y en la resolución de conflictos, emergen con fuerza las limitaciones de la terapia Gestalt.

Limitaciones de la Gestalt

Y desde ahì, uno siente el poderoso peso en la nuca o en la espalda, al sentir la confusiòn o la impotencia. Y nota los ojos nublados y escocidos al comprobar la esencia del lìmite, la limitaciòn ante el sufrimiento o la desesperanza en la persona que tenemos enfrente en nuestro consultorio. Uno lanza una fugaz mirada panoràmica por los recodos de la evocaciòn de la Gestalt. Sutiles raíces, la indiferencia creativa, el teatro, el psicoanàlisis, una rebeldía creativa, una personalidad poderosa (Fritz), otras visiones (Laura, Goodman,…), escuelas, corrientes, un marco histórico socio-cultural, una época, actitudes y «tics» (sesiones rápidas, todo vale, confrontacionismo,»asacarlotodo», …anti-intelectualismo, …etc.).

Más allá de las lecturas, más allá de las referencias históricas, corrientes críticas (de mayor o menor seguidismo a principios originarios), ahí me encuentro y se encuentra el terapeuta en su «solietariedad «, balanceándose entre su confianza en el potencial de la gestalt-terapia y la conciencia cruda de las limitaciones existentes en determinados procesos en los que uno sólo puede acompañar desde un silencio respetuoso y atento.

Estas limitaciones pueden ser propias, o estar asociadas a las propias técnicas (de cómo se empleen, con quién, cuándo,…) y también estar relacionadas con las limitaciones de los pacientes y las situaciones existenciales de toda índole, ante los que sólo podemos aportar presencia sensible.

Las limitaciones del terapeuta (o hago lo que puedo).

En primer lugar, se hallan como decíamos, las propias limitaciones del terapeuta (formación, estado emocional, receptividad, experiencia, fobias y filias a determinados pacientes, personalidades, actitudes, necesidades propias narcisísticas volcadas en la terapia,…). Existen múltiples casos de dinámicas transferenciales -contratransferenciales intensas y complejas que manifiestan nucleos emocionales que pueden explotar con toda su crudeza, máxime si se dan también en el contexto grupal. Ello puede contagiar con facilidad nuestro espacio interno. Probablemente, más allá de los mecanismos de los cuales nos podemos servir para encauzarnos en los «enganches» en las sesiones, solo nos queda escuchar, poner límites (y preservarnos, cuidarnos de determinadas oleadas de sufrimiento, manipulación, etc.) y nuestra sencilla y transparente honestidad.

En esencia, el acompañamiento en el viaje terapéutico está lleno de encuentros complejos. y ahí, uno solo puede aprender, compartir, aclarar con otro profesionales, balancearse entre tragar lo del otro (empapándose de su lluvia contaminada ), o engancharse en un tuya- mía, o devolver distorsiones e intentar promover transparencia (que no «transparentismo ilimitado»).

Es por ello que el terapeuta a veces solo puede «sostener» una situación para reconvertirla y transformar la distorsión en un paso más de encuentro enriquecedor. Ello, aderezado con mucha paciencia y con una activa escucha de las visiones intuitivas del paciente. Y por supuesto, en contacto con esas imágenes propias que nos guían en momentos de impasse y que devienen en poderosas intuiciones que se cristalizan en propuestas de trabajo terapéutico específicas.

Me parece determinante en diversos momentos plenos de impasse, de túneles oscuros o recorridos desérticos, aceptar la limitación propia o de las técnicas (y las del paciente) y recibir y acoger las imágenes de nuestro caudal intuitivo (aparezcan en forma de visiones, sensaciones o sentimientos inicialmente difusos).

Por otro lado, están las necesidades narcisísticas del terapeuta (su necesidad de ser necesitado, apreciado, valorado,…) que el/la paciente se encarga de cuestionar con sus duda, y no sólo en pacientes o fases de negatividad sino en momentos donde se manifiesta una honda desesperanza o un mayor contacto con el núcleo de carencia o en una fase de crisis de transformación, donde lo previo no sirve y lo nuevo es incierto. Resulta obvia la importancia de saber sostener esos estados. Y sostenerlos implica por un lado, estar ahí sin interrumpir el proceso curativo por nuestra ansiedad y por otro lado, asimilar el hecho de que la «curación» representa un amplio concepto en el que se incluyen múltiples iluminaciones, recovecos, pliegues, progresiones y regresiones, aspectos, vivencias y situaciones que se tornan paradójicas, pero que esencialmente implican un tiempo procesual.

En muchas ocasiones un incidente desagradable, una interrupción, un episodio del azar, o incluso el permiso para vivir determinadas experiencias (aparentemente negativas o erróneas) acarrea conclusiones sanadoras. De igual modo, remitiéndonos a la concepción paradójica del cambio, uno va evolucionando, cambiando, en la medida en que más es lo que a priori no quiere ser, en la medida de que va viviendo y aceptando lo que hay.

Por otro lado, entramos en una cuestión de vital importancia. La terapia gestalt, ¿a quién va dirigida? ¿Es un conjunto de técnicas encaminadas al crecimiento personal? Como expresa Irma Lee Shepherd (2), ..Además del problema básico de la competencia terapéutica, la aplicación apropiada de las técnicas gestálticas gira entorno de los siguientes interrogantes: ¿cuándo? ¿con quién? ¿en qué situación?..  Más adelante comenta,  «…El trabajo con individuos menos organizados, con pacientes que padecen perturbaciones más graves o con psicóticos es más problemático y exige precaución, sensibilidad y paciencia…«. y finaliza, «Con las luchas más profundas, el terapeuta pospone el empleo de aquellas técnicas que liberan los sentimientos más intensos, los cuales podrán ser tratados más adelante con el objeto de reducir los aspectos fundamentales de los asuntos pendientes y dar paso a nuevos avances».

Resulta claro que en estilos neuróticos de funcionamiento, la terapia gestalt posee una serie de poderosos recursos que pueden encauzar a una serie de personas, no solo a reconducir sus síntomas sino a ahondar en su perspectiva existencial y realizar su propia vida con mayor autenticidad y profundidad.

Aún así, resulta necesario respetar las épocas de crisis personales que engloban los cambios personales y sobre todo tener una posición de cautela en relación a estructuras que aparentemente resultan rígidas y bien entrelazadas pero que encierran ansiedades profundas relacionadas con estructuras más frágiles o limítrofes. Por ello, ¿Qué hacer cuando emergen las ansiedades latentes más potentes o se van cristalizando interacciones de un enorme caudal de dependencia? Desde esas ansiedades que se tornan en sufrimiento explotan las limitaciones del paciente con sus déficits emocionales que con sus resonancias hacen que estallen nuestros resortes de seguridad.

Limitaciones del paciente (o esa cruda realidad en la que la infancia crea destino) y de la realidad externa.

A veces, cuando el refugio psíquico es intenso y la familia sostiene la enfermedad del paciente (volcando sus ansiedades), resulta verdaderamente compleja la movilización emocional, puesto que los mimbres familiares se remueven y sus elementos s echan encima del proceso terapéutico. Saltó la alarma. Toda una estructura familiar se defiende.

Por otro lado, en estructuras de corte anaclítico, donde la persona expresa una enorme necesidad (con sentimientos de enorme vacío), extrema dependencia (asociada a una enorme fragilidad, indefensión y vulnerabilidad) y una serie de manifestaciones expresivas distorsionadas (comunicaciones y vivencias despersonalizadas, disociativas, dramáticas,…), resulta evidente que se hace necesaria una «mentalidad» específica diferente a los estilos neuróticos (más habituales en el contexto de la terapia Gestalt y más «accesibles» en principio, al poder de sus técnicas)

Esa mentalidad implicaría un manejo del ritmo terapéutico, de los modelos de comunicación y expresividad, claramente específicos, diferentes a los modelos empleados con neuróticos (tempo, cadencia, necesidad de contención y manejo cauteloso de los límites de la expresividad emocional, simbolismo,…). Me resulta evidente la necesidad de investigación, teorización, (incluyendo evidentemente aquellas teorías analíticas que puedan aportarnos datos)… hacia una mayor comprensión de esas profundas ansiedades y sus múltiples mecanismos defensivos. Muchos de ellos van fogosamente destinados a evitar un temido abismo depresivo. Ante ello, resulta evidente la necesidad de priorizar objetivos, asumir un ritmo que respete milimétricamente la cadencia expresada por las angustias del paciente y sus defensas (respetándolas) , emprender un aprendizaje de Auto-contención sana y necesaria, así como ir ampliando el ritmo contacto-retirada en el sentido que expresa Margaret Mahler dependencia autonomía, fusión-separación, individuación…).

El terapeuta habrá de proveer por ello, al paciente un aprendizaje en la concreción de las ansiedades y su comprensión así como un aumento en su ritmo de autonomía. Si el ser humano no se ha visto provisto de recursos egoicos básicos (que resulta la esencia de cualquier psicopatología), éste no podrá enfrentar con garantías saludables, la realidad. Como expresa Jorge E. García Badaracco (3), cuando se produce un proceso evolutivo sano de vínculos simbióticos sanos…, se va procediendo de una dependencia a una interdependencia recíproca que posibilita la diferenciación y evoluciona, en consecuencia, hacia una des-simbiotización  y a una creciente individuación.

Sin embargo, una serie de vínculos patógenos introyectados (introyectos constituyendo ‘objetos’ enloquecedores), conducen a un «sí mismo» frágil, debilitado, carenciado. Ello se expresaría en pacientes psicóticos donde la vertiente espontánea de la relación transferencial, se observa en estado de asfixia, de parálisis intensa. Tras ello, obviamente, se halla toda una existencia llena de desierto emocional o de sufrimiento psíquico intenso.

Por tanto es necesario insistir en que la terapia Gestalt tendrá que emplear en muchas ocasiones el manejo de un «freno» creativo o crear un «semáforo» para ordenar el caos confusional y para evitar así que la persona no se vea abrumada por esas demoledoras vivencias (en el caso de desbordantes ansiedades y expresiones emocionales)

Quiero mostrar al hilo, el caso de una paciente que me refleja con crudeza todas estas necesidades, confrontándome con las limitaciones apuntadas desde los diversos ángulos (tanto del terapeuta, como de las técnicas, la teoría, y las del paciente). Esta mujer, joven e inteligente, con un enorme déficit emocional (y un enorme rechazo familiar, coloreado de gran violencia) e identificable con una estructura borderline, revienta desde sus núcleos carenciados y desde su sufrimiento a través de intentos de suicidio intermitentes. La veo caminar sobre el filo de una navaja, «coqueteando» con llamas ardientes, con juegos repletos de emociones intensas que constituyen círculos infernales repletos de apegos que queman su cuerpo. Y la veo indefensa cual barquichuela a expensas del mar embravecido.

Ciertas oleadas blanquecinas la arrastran hacia la arena y el sol, cual pulsiones de vida y otras oleadas oscuras, contaminadas, la empujan cual pulsiones de muerte hacia el fondo del abismo. Tal vez, desde su dolor agudo, desde su profunda y temprana herida sangrante que no cicatriza nunca, desde su no derecho a la vida busca languidecer (a través de sus raptos suicidas) en un descanso mortal, desaparecer del inhóspito desierto en el que siente y tal vez ser recogida por la gran madre que nunca tuvo.

Y más allá de las claves diagnósticas, más allá de las posibles técnicas inhabilitadas, me topo con la limitación misma. Las suyas, las mías,…Es la vida. Y, por ello, sólo me queda hacer lo que puedo, constatando mis resonancias internas que remueven ansiedades, impulsos,… (rescatarla, anclarla a la vida…).

En definitiva, asumir mi limitación y mi implicación (más allá de la teórica clara

concepción de las responsabilidades de cada cual en el proceso vital) asumiendo también su enorme limitación (sus heridas emocionales, su infancia que conforma su destino…).

Esta experiencia me llevó al convencimiento de que el terapeuta tendrá que ejercer en ocasiones un claro paternaje-maternaje, un proteccionismo (reestructurando una presencia segurizante) y que genere una paulatina autonomía. En otras ocasiones, acompañará al paciente en el tránsito por el «desierto» emocional, en búsqueda de «gotas de agua» que enriquezcan mínimamente su vida.  Y todo ello, implica, más allá de técnicas (como las gestálticas) , un acompañamiento lento y denso y paciente. Ser y estar con él ejerciendo una urdimbre, un vínculo estructurante.

Por lo mencionado, resulta necesario preservarnos del «empujacionismo» y observar con suma atención aquellas tentaciones, destinadas a prontas conclusiones o encauzados fáciles. Máxime si tenemos en cuenta también lo que J. Steiner (4) llama «refugios psíquicos» (sistemas defensivos en los que diversas patologías se encierran con el fin de evitar tomar contacto, tanto con el terapeuta como con la realidad) que implican tanto a pacientes neuróticos, psicóticos como fronterizos, hemos de concluir que un excesivo ímpetu a la hora de «abrir la lata», provocaría un refuerzo en la cerrazón de la armadura.

Así, el concepto de tiempo de la Gestalt ha de tener otro sentido y concepción en forma de proceso, amplitud, (apoyándose en una mayor lentitud para una adecuada ‘cocción’ y elaboración emocional y una actitud paciente, de esperanza). No nos podemos sujetar (por idealismo, inseguridad, narcisismo…) y constreñir a ilusiones relacionadas con breves terapias y fulminantes resoluciones.

Asimismo, la concepción de salud mental ha de ajustarse no en términos «metafísicos» (o del «satori prometido»), sino en forma de asumir que la realidad esta ahí y que muchas veces solo podemos asumir como mejor podemos, lo inevitable y que incluso salud, a veces no quiere decir facilidad o comodidad sino mayor soledad (conciencia de) y una mayor responsabilidad de las opciones personales (lo cual implica encuentros, desencuentros, …rupturas, decisiones, renovaciones…. etc.).

En definitiva, resulta necesario resaltar la importancia de un escrupuloso respeto del ritmo propio del curso de la terapia, tanto en su vertiente intrapsíquica en el que el organismo va estableciendo su propia auto-regulación (en interacción con anhelos, impulsos prospectivos, defensas, temores, etc.) así como en la dinámica interactuante, dialogal, en el que se van desgranando los diversos vínculos (más neuróticos, manipulativos, y más saludables y directos…).

Todo ello requiere respeto (palabra clave) a uno mismo como terapeuta (lleno de aciertos, habilidades y limitaciones) y al paciente (con su potencial y sus temores), así como a la química, a la «alquimia sanadora» que en esa relación, per sé, se va gestando, creando y resolviendo (en el marco de las coordenadas volitivas, racionales, irracionales e instintivas, así como en las múltiples visiones intuitivas y las experiencias paradojales) hasta ese «segundo nacimiento» que en cierto modo supone la Psicoterapia. 

BIBLIOGRAFÍA

(1) E.H. E.H. Gombrich : » El sentido de Orden».. Ed. G.G.Arte.
(2) Irma Shepherd : » Teoría y técnica de la psicoterapia gestáltica» (Amorrortu editores).
(3)Jorge E. García Badaracco : «Comunidad Terapéutica Psicoanalítica de estructura Multifamiuliar» (Tecnipublicaciones).                                                                                                                                 

 (4) John Steiner : » Refugios Psíquicos» (Biblioteca Nueva)